“No existe forma de devolver el tiempo, de recuperar lo que no dijimos o abrazar lo que dejamos ir”.
Por: Mauricio Molinares
Hubo un tiempo en que, para volver al principio de una canción, había que rebobinar el casete con un bolígrafo. Girábamos con paciencia hasta que la cinta quedaba tensa otra vez. O cuando queríamos repetir una película en betamax o VHS, debíamos esperar a que la rebobinadora hiciera su trabajo antes de volver a disfrutarla.
Hoy todo se hace con un clic. Pero en aquel gesto había algo más que nostalgia: había conciencia del tiempo. Porque rebobinar requería esperar, y esperar enseñaba a valorar. La vida, en cambio, no ‘ene botón de rebobinado. No existe forma de devolver el tiempo, de recuperar lo que no dijimos o abrazar lo que dejamos ir. Cada minuto que se escapa se vuelve eternidad, y cada decisión —acertada o no— termina formando parte del camino que nos ha moldeado.
He aprendido que Dios no nos entrega el control del tiempo, pero sí la oportunidad de vivir cada instante con propósito. Eclesiastés 3:1, enseña “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”. El problema es que a veces queremos adelantar lo que solo florece con paciencia o detener lo que Dios ya decidió mover.
Vivimos con prisa. Queremos resultados inmediatos, respuestas rápidas, victorias sin proceso. Y en medio de tanta velocidad, olvidamos mirar el paisaje, agradecer lo que tenemos y escuchar lo que el silencio intenta decirnos. Pero Dios no trabaja con relojes humanos. Él forma carácter en el tiempo que parece perdido y prepara respuestas en los días que parecen vacíos.
El tiempo de Dios no se adelanta ni se atrasa: se cumple. Y cuando llega, todo cobra sentido. Por eso no sirve vivir explicándolo todo ni defendernos de todo. Mi abuela solía decir: “Pa’ las verdades, el tiempo”. Y tenía razón.
A veces he incurrido en la angustia de explicarme verdades o aclarar circunstancias, y siempre el tiempo ha sido la mejor herramienta. El tiempo revela lo que las palabras no pueden, acomoda lo que la ansiedad desordena y pone en su sitio lo que parecía perdido.
El pasado no se rebobina, pero sí puede redimirse. Dios no cambia los hechos, pero puede sanar las consecuencias. Él hace nuevas todas las cosas… incluso las que un día dolieron.
Así que no vivas mirando atrás ni corriendo hacia adelante. Vive el presente, porque se llama así: presente, un regalo. Agradece, ama, perdona, abraza, construye. Y recuerda: el reloj del cielo siempre marca a tiempo, aunque el tuyo crea que va tarde.
La vida no tiene botón de rebobinado… pero tiene un Dios que sabe cuándo todo debe empezar otra vez.




