Por: Sergio García.
Esta frase retumbó en mis oídos a lo largo de 10 horas de camino por tierra para llegar a Maracaibo. “Eso está muy peligroso, allá no hay nada”, fueron las palabras que escuché decir a las pocas personas que les conté sobre mi travesía.
Es indudable que hace unos 3 años Venezuela pasó por el peor momento de su historia, desabastecimiento de alimentos, de medicinas, de combustible. Ante la crisis, millones de venezolanos debieron emigrar a buscar alimento en otros países.
Por razones políticas Venezuela sufre un embargo internacional de grandes proporciones que ha afectado a sus habitantes, a la economía y su comercio.
Si en algún momento, ese embargo se diera en Colombia, de seguro morirían por hambruna muchas personas y los mayores afectados serían los residentes de los barrios más pobres del país.
Pudimos cruzar la frontera y superar las 15 alcabalas (puestos de control) que hay para llegar a Maracaibo. La seguridad es extrema, cientos de integrantes de la Guardia Nacional Bolivariana, fuertemente armados, incluso con tanques de guerra a sus lados, supervisan el paso de cada persona.
Pasamos por las tierras áridas de Paraguachón, Paraguaipoa, el puente sobre el río Limón y sus palafitos que me hacen recordar nuestra Ciénaga Grande.
Luego de muchos años, vuelvo a tener frente a mi la imponente estructura del puente sobre el lago Maracaibo. Sus 8 kilómetros de extensión me hacen devolver a mi niñez, pues mi madre decidió con toda la familia residenciarse en Caracas, Venezuela, en los años 70’s, cuando el Bolívar era oro, cuando por un ‘bolo’ llegamos a recibir hasta 17 pesos colombianos.
Venezuela le abrió las puertas a mi familia materna, este país hermano ha sido, quizás, el más solidario de Suramérica. No existe un colombiano que no tenga un familiar o un amigo cercano venezolano.
Esta reflexión responde a las primeras críticas recibidas en redes sociales luego de publicar la primera fotografía en la frontera.
Estoy instalado en el hotel Oceanía, encuentro un gran número de trabajadores, vestidos impecables y con la atención al cliente que caracteriza a los venezolanos. Pido la clave del Wi Fi y funciona perfectamente. Estoy conectando para compartir a través de Impacto News esta experiencia periodística.
Pasadas las 10:00 de la noche marco el citófono y con pena le comunico a la señorita de la recepción mis deseos de cenar algo. “Perdóneme la hora, dónde puedo pedir algo fuera del hotel para cenar? -Caballero, el restaurante del hotel funciona las 24 horas”, me responde. Bajo al primer piso, pido una ensalada César y un jugo de parchita (maracuyá).
Sumado al reto de mostrar la realidad de la Venezuela de hoy, está el volver a probar un ‘Pabellón criollo’, tomar chicha El Chichero y comer pan francés para revivir los sabores de mis días de infancia y adolescencia.
En las próximas horas haremos el primer recorrido, nos informan que Venezuela se encuentra en ‘semana radical’ y que gran parte del comercio está cerrado para combatir la pandemia del COVID-19.