Luego de las denuncias de las periodistas Angie Castellanos y Alejandra Omaña, más conocida como Amaranta Hank, Alberto Salcedo Ramos se defendió de las acusaciones en su contra expresadas en en el canal de Youtube ‘Las Igualadas’ sobre presunto acto sexual violento.
Comunicado a la opinión pública
No es fácil encontrar las palabras y el tono cuando uno es linchado en público y condenado de antemano, cuando uno sabe que nada de lo que diga para defenderse podría aplacar a los grupos de Twitter, Facebook y demás redes sociales, cuando uno se siente aplastado por el peso de una avalancha mediática que ya dictó su veredicto.
Entiendo que no se trata tan sólo de mi reputación. Se trata, sobre todo, de la necesidad de procurar un mundo seguro y justo para las mujeres. Entiendo que mi colaboración con las autoridades competentes para el esclarecimiento de este caso se enmarca dentro de ese compromiso.
Ahora bien: no me había pronunciado sobre las denuncias presentadas en la reciente emisión de Las Igualadas porque estaba haciendo, en primer lugar, un examen retrospectivo encaminado a mirar la situación con honestidad y perspectiva. Quería evaluar si en efecto hice daño, si de verdad lastimé contra mi voluntad a Alejandra Omaña y Angie Castellanos. Mi silencio, sin embargo, no significa que aceptara lo que ellas me imputan y mucho menos que yo estuviera inactivo. Supe, gracias a una fotografía publicada en las redes sociales de Omaña, que Castellanos había instaurado una querella penal en mi contra. Por esa razón hice lo que la ley y el sentido de la responsabilidad dictan: elevar de inmediato un derecho de petición ante la Fiscalía con el fin de saber, con certeza, a qué me estoy enfrentando.
También contraté a una firma de penalistas para que me represente. Los lectores pueden confiar en que, tan pronto reciba la repuesta al derecho de petición, me acercaré a la Fiscalía a entregar las pruebas de mi inocencia. En ellas se verá que con Omaña y Castellanos tuve relaciones de adultos, y que nunca existió un vínculo de subordinación o una posición de poder que representara una amenaza para ellas. Dada la contundencia de las pruebas a mi favor, no descarto entablar más adelante procesos penales y civiles contra Las Igualadas y, naturalmente, contra el periódico El Espectador, que les da respaldo.
Se ha dicho que Las Igualadas hicieron “una investigación rigurosísima” de mi caso. Puedo asegurar, sin embargo, que esa frase, además de falsa, encubre el evidente sesgo con que condujeron la pesquisa.
Permítanme contarlo
En abril de este año me dijeron que Las Igualadas les estaban preguntando a varias mujeres sobre mí. Ellas, sin embargo, sólo se comunicaron conmigo el 8 de septiembre. Ese día, poco después de las tres de la tarde, recibí una llamada telefónica de Viviana Bohórquez, quien se me presentó como periodista investigadora del colectivo feminista. Yo estaba en una reunión de trabajo, así que acordamos que me llamara al día siguiente a las nueve de la mañana. En este punto, para tratar de hacerme hablar a toda costa, a pesar de que yo le había dicho que me encontraba en reunión de trabajo, dijo: “No nos demoramos nada. Sólo son dos preguntas. ¿Me autoriza a grabar?”. Insistí en que conversáramos al día siguiente a las 9 de la mañana.
Al día siguiente, en efecto, me llamó a las 9 de la mañana. Antes de contarme con claridad qué tipo de informe estaba elaborando, volvió a preguntarme si la autorizaba a grabar la conversación. Esa insistencia me produjo desconfianza. También me generó suspicacia la idea de hablarle oralmente a alguien sin saber cómo ni en qué tipo de pieza periodística usaría mi testimonio. Por eso le pedí que me enviara al correo las preguntas que tuviera y le dejé claro que en cuanto me llegaran se las respondería. Me preguntó que por qué quería responder por escrito y le contesté que, dada la delicadeza del asunto a tratar, me parecía un medio más confiable. En ese momento oí con desconcierto su revelación: “Pero, ¿cuánto se demoraría usted para responder? Es que la nota ya está montada y sólo nos falta su testimonio” (el subrayado es mío).
A las 9 y 25 de la mañana de ese 9 de septiembre me llegó el mensaje de Viviana Bohórquez. Empezaba de la siguiente manera: “Como acordamos telefónicamente, le envío las preguntas, dejando constancia de que estamos intentando comunicarnos con usted desde ayer, sin obtener respuesta de su parte”.
Sentí de inmediato malestar. Si ella decía “como acordamos telefónicamente ayer”, era porque yo la había atendido y habíamos llegado a ese acuerdo; y si me estaba mandando el mail con las preguntas, era porque yo le había pedido que hiciera eso para responderle.
Lo que empezó entonces viola los protocolos de cualquier manual periodístico. Viviana Bohórquez, además de impedirme oír los testimonios en mi contra, se negó a darme detalles de las denuncias y me ocultó que en el informe ya editado habían incluido cinco quejas adicionales. Apenas se avino a contarme, en sus únicas dos preguntas, que el primer testimonio era “por hechos que ocurrieron el 29 de julio del 2011”, día en que, según Angie Castellanos, yo la obligué a darme besos en varias oportunidades y luego a tocarme los genitales. Lo referente a Alejandra Omaña era todavía más escueto: el mismo señalamiento, pero referido a “hechos que ocurrieron en el año 2013”. Viviana Bohórquez remataba su mail diciendo: “Como le conté, vamos a publicar hoy a medio día”.
Espero que los lectores lo entiendan. Aunque me estaba presentando dos acusaciones de extrema gravedad; aunque de mi respuesta dependía, sin exagerar, el futuro de mi carrera y de mi vida personal, la periodista de Las Igualadas no sólo me presionó para que diera una contestación verbal instantánea sobre sucesos ocurridos muchísimos años atrás; no sólo me dio un plazo perentorio (menos de dos horas) para entregar mi respuesta escrita, sino que además confió en que yo pasaría por alto la condena anticipada a la que estaba siendo sometido. No de otro modo puedo interpretar el que, sin haber hablado conmigo, tuvieran listo para colgar en internet un programa de 19 minutos.
Pese a ello, le mandé una respuesta de 1.164 palabras que, como era de esperar, fue ignorada. Quien vea el video notará que mis descargos sólo aparecen en el tramo final, cuando el programa está a punto de concluir, y que mi larga respuesta fue reducida a cinco frases sin contexto, parafraseadas o interpretadas con entonación sarcástica por la presentadora.
Una respuesta de 1.164 palabras no constituye, en absoluto, un silencio. Pero si en el informe donde se me acusa no se usó esa respuesta completa, y ni siquiera un fragmento que pudiera considerarse justo y proporcional, yo quedo como alguien que no tuvo mucho que decir cuando fue consultado. Lo diré, pues, con todas las letras: no es que yo me abstuviera de explicar mi relación con las denunciantes; es que, de forma intencional, el programa de Las Igualadas mutiló mi respuesta para que diera esa impresión.
Debo añadir algo más. En los correos cruzados con Viviana Bohórquez, ella nunca me advirtió que, además de periodista de Las Igualadas, era parte del equipo jurídico que acompaña a las denunciantes en el proceso, algo que en cualquier legislación del mundo estaría obligada a revelar de entrada, pero de lo cual sólo supe por un informe publicado el 11 de septiembre en El País de España. No necesitaré explicar que con esa doble militancia Bohóquez incurre en dos conductas gravísimas: por un lado, en un inaceptable conflicto de intereses y, por el otro, en la violación de mis derechos procesales. ¿Cómo podía saber yo que, en vez de darle respuestas a una periodista, se las estaba dando a una de las abogadas de quienes me están denunciando?
Si en cualquier lugar del mundo lo anterior constituye una falta profesional indiscutible, me pregunto cómo se calificará entonces que Las Igualadas no hayan incluido en su video los testimonios de las varias mujeres que hablaron por mi causa y negaron explícitamente que fuera un acosador o un hombre de malos tratos (de eso también tengo pruebas y las aportaré ante los tribunales). Más aún: ¿cómo se calificará que la demanda en mi contra se haya radicado en la Fiscalía el 9 de septiembre de 2020 a las 11:21 am, es decir, varias horas antes de que yo le mandara a Viviana Bohórquez mi respuesta de 1.164 palabras? Siendo ella una de las asesoras de la contraparte, ¿quiere decir eso que le dio el visto bueno a la denuncia sin esperar a mis descargos? Resuenan de nuevo en mi cabeza las palabras “Es que la nota ya está montada y sólo nos falta su testimonio”. Mi testimonio: ese pequeño y banal detalle. Reitero que a Viviana Bohórquez, a Las Igualadas, a El Espectador, los tenía sin cuidado que yo diera razones. Para ellos siempre fui culpable.
Vuelvo entonces al principio. Entiendo que en nuestra sociedad las mujeres son víctimas de situaciones claramente hostiles y desventajosas en todos los ámbitos. Entiendo que los hombres debemos contribuir activamente, no con frases huecas, no con retórica, a que el mundo sea un lugar donde ellas puedan vivir seguras y según sus propios cánones. Reitero que al ponerme a órdenes de las autoridades competentes para el esclarecimiento de estas denuncias lo hago con un ojo puesto en mi legítimo derecho a la defensa y el otro en el compromiso de apoyar sus luchas. No pido ningún privilegio, pero sí que se presuma mi inocencia, se me respete el debido proceso y, sobre todo, que no se me acuse a través de una investigación espurea y tan notoriamente manipulada.
Tal y como publicó ayer el columnista Eduardo García Martínez en el portal www.indiasdigitaltravel.com, “El Espectador dice buscar un espacio de conversación pública sobre el caso en mención. Los términos de ese llamado, sin embargo, están más cerca del matoneo mediático contra el periodista Salcedo que de la búsqueda de una reflexión constructiva sobre el respeto a la mujer y las prácticas abusivas de los hombres”.
No podría estar más de acuerdo. Los linchamientos como el que sufrido en estos días, las peticiones públicas para que mis empleadores me despidan, la muerte civil que han querido decretarme no hacen mejor el mundo para las mujeres. Sólo degradan hasta un punto irreversible y fatal la idea de justicia.