Por: Andy Berrío
La iguana es uno de las animales más traficados en Colombia, no solo por su carne, sino también por sus huevos. Debido al cambio de consumo de carnes rojas, la Semana Santa es en varias zonas del país una época crítica para muchas especies silvestres, dentro de las cuales se encuentran, también, las tortugas hicoteas y las babillas.
Es así como la Semana Santa, que se supone debiera caracterizarse por la meditación espiritual y el desarrollo personal, se convierte en el preludio de una masacre contra unas especies indefensas que cumplen con un importante papel en nuestro ecosistema; en el caso de la iguana, como dispersoras de semillas que contribuyen a la conservación de nuestros bosques tropicales.
Para estos reptiles inofensivos, la escena es digna de una película de terror: todo empieza cuando las cazan y amordazan para impedir que escapen, abren sus vientres estando aún vivas, desgarrándoles su interior para extraerles sus huevos bajo un dolor inimaginable, como si se tratasen de objetos inertes, para finalmente ser tiradas moribundas con sus vientres abiertos en medio de su agonía.
No juzgo que ciertas poblaciones rurales consuman estos animales debido a la escasez de alimentos o razones culturales, sin embargo, la tormentosa forma en la que son sometidas para sacarles los huevos, es sin duda una degradante muestra de comportamientos humanos que se escudan en tradiciones para justificar lo injustificable. Este acto visceral, desdibuja la capacidad de raciocinio que nos debería caracterizar como seres civilizados.
Pocas cosas humanizan tanto a las personas como la sensibilidad y el cuidado a los demás seres vivos. ¿De qué sirve arrodillarse y pedir a Dios, si estos animales silvestres están viviendo un verdadero viacrucis de crueldad?.
La solidaridad y la empatía deben ser valores universales, pues hemos aprendido a volar como pájaros, a nadar como peces, pero no hemos aprendido el arte de vivir juntos y esto incluye a las otras especies.
