Columnista: Andy Berrío
De la expectativa a la desilusión, un servicio de energía de mala calidad desata la desesperación de cualquiera; sin ventilación en un clima tan caluroso, con alimentos que se dañan por falta de refrigeración, clases virtuales que no se pueden realizar o electrodomésticos que se estropean por los bajones repentinos y constantes de energía, estas situaciones siguen creando un descontento social que en ocasiones derivan en protestas sectorizadas.
Ahora bien, como si se tratase de un mesías y luego del clamor general, millones de personas celebraron el reemplazo de Electricaribe por la nueva empresa Air-e. Mediáticamente a nivel nacional esta noticia se presentó como un gran triunfo sin precedentes; por fin dejaba de existir aquella empresa tan odiada en el imaginario colectivo de la Costa.
La lógica apuntaba a que cualquier empresa que sustituyera a Electricaribe sería mejor, difícil pensar en una nueva operadora con igual o peor desempeño. Sin embargo, más allá de las altas expectativas infundidas en los medios, la solución no llegó de la noche a la mañana.
Además del cambio de nombre y logo, el esquema y prácticas de la empresa parecieran las mismas; no hace falta ser experto en redes eléctricas para notar que la mayor parte del cableado sigue en mal estado, los postes continúan repletos de marañas, los transformadores se ven por doquier botando chispas y basta con una fuerte brisa o lluvia para que las interrupciones en el fluido eléctrico sigan siendo el pan de cada día.
¿Cuál es la estrategia de Air-e para solucionar esta situación a corto plazo? Pues las soluciones anunciadas, en realidad se proyectan a mediano y largo plazo. Es necesario diversificar el sector energético nacional, innovando y explorando fuentes solares y eólicas en una región con ventajas naturales de ese tipo que permitirían mejorar de manera efectiva este asunto.
El reemplazo de la empresa no bastará para poner fin al mal servicio, son necesarios cambios estructurales basados en una planificación real y una correcta inversión de los recursos destinados para dicho objetivo, a fin de dignificar la vida de millones de personas que pagamos, y bien caro.