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Castillos de arena: Desde el alma: un espacio donde la razón y la emoción conversan con honestidad

No basta con construir, hay que mirar cómo se está construyendo. No es solo levantar algo, sino tener claro con qué materiales se hace, sobre qué fundamento y con qué intención.

Por: Mauricio Javier Molinares Cañavera

Hay construcciones que duran una vida, otras, en cambio, no resisten ni el primer oleaje como esos castillos de arena que hacíamos de niños, llenos de ilusión, pero condenados a disolverse apenas subía la marea. Y así, sin darnos cuenta, también a veces construimos la vida.

En lo público, en lo personal, en lo profesional: ¿cuántas veces hemos levantado estructuras que se ven imponentes por fuera, pero están huecas por dentro? ¿Cuántas veces confundimos edificar con decorar, avanzar con ocupar, cimentar con improvisar?

Hay una idea que me acompaña desde hace años, tomada de una antigua carta paulina i: no basta con construir, hay que mirar cómo se está construyendo. No es solo levantar algo, sino tener claro con qué materiales se hace, sobre qué fundamento y con qué intención, porque el tiempo, como el agua, termina revelando todo.

Recuerdo cuando, junto a mi esposa, tuvimos la bendición de construir la casa donde hoy vivimos. Yo trabajaba en otra ciudad y solo podía estar los fines de semana. Fueron días intensos, de decisiones, incomodidades y sacrificios, especialmente para ella, que llevó el peso mayor del proceso. Aún agradezco profundamente la ayuda de mis suegros, de mis viejos, de amigos invaluables que, con gestos, regalos y su compañía, hicieron parte de esa edificación. Pienso que así también se construye la vida: con entrega, con buena compañía, con detalles que no se olvidan, porque no se trata solo de levantar paredes, sino de edificar vínculos, memoria, propósito, legado.

En liderazgo, también vale preguntarse: ¿estamos dejando columnas o solo fachadas?¿Estamos sembrando raíces o simplemente recogiendo aplausos pasajeros? El liderazgo que deja huella no es el que más brilla, sino el que más sostiene. No es el que construye rápido, sino el que construye con alma.

En su obra Liderazgo virtuoso: Las virtudes clásicas, base de la excelencia personal ii, Alexandre Havard iii -abogado y escritor francés-, sostiene que el liderazgo auténtico se fundamenta en virtudes como la magnanimidad y la humildad. Estas virtudes no solo definen el carácter del líder, sino que también actúan como cimientos sólidos sobre los cuales se construye un liderazgo duradero y significativo. Havard enfatiza que “el liderazgo es una elección, no un rango ni una posición”, y que “la verdadera grandeza es una cuestión de crecimiento personal”. Este enfoque resuena con la idea de que, al igual que en la construcción de una casa, el liderazgo requiere una base firme y valores sólidos para resistir las pruebas del tiempo y las adversidades.

Y entonces, como tantas veces, la salsa ha dicho lo que muchos sentimos. Cheo Feliciano, uno de mis artistas preferidos desde la infancia y de todos los tiempos, interpretó con su inconfundible voz la canción Castillos de Arena, escrita por José Nogueras y lanzada en 1980 como parte del álbum Sentimiento, Tú. En ella, el coro resuena con una verdad profunda: “Castillos de arena regresan al mar, el amor sincero no muere jamás”. Una construcción sin cimientos sólidos, por más imponente que parezca, es efímera y vulnerable; se desmorona ante la primera tormenta. En cambio, cuando edificamos con amor verdadero, con integridad y propósito, lo que construimos trasciende el tiempo y las adversidades. En el liderazgo, esto significa dejar de lado las apariencias y enfocarnos en lo esencial, en lo que realmente perdura: relaciones genuinas, valores firmes y un compromiso sincero con quienes nos rodean, porque al final, lo que permanece no es la fachada, sino el fundamento sobre el que se ha construido.

Construir, al final, es un acto de fe, de humildad también, porque sabemos que todo puede tambalear, pero aun así elijamos hoy poner ladrillo sobre ladrillo, con menos prisa, con más verdad; con menos ego, con más sentido; con menos arena, con más roca.

Ya lo dijo el apóstol Pedro, en su valiente defensa ante el sanedrín: “Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo.”

Y quizás ese sea el mayor desafío del liderazgo verdadero: no levantar torres para ser vistos sino fundar sobre roca firme, sobre aquello que no se mueve, sobre lo eterno.

Hoy más que nunca, vale la pena preguntarnos: ¿sobre qué estamos construyendo nuestra vida, nuestras palabras, nuestras decisiones, nuestras relaciones? Que todo lo que edifiquemos —en lo público y en lo íntimo— tenga como base esa piedra angular que no se quiebra, que no cede, que no decepciona.

¡Porque los castillos de arena regresan al mar, pero lo que se edifica sobre la roca permanece para siempre!

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