Por: Sergio García.
Nuestra historia de amor inició una mañana de domingo. A través de la redes sociales se anunciaba una masiva jornada de adopción de mascotas en el parque La Electrificadora en Barranquilla.
Renuente a la idea, accedí a la petición de asistir en familia para adoptar un perrito. Confieso que crecí sin el afecto por las mascotas. En casa siempre me inculcaron que era indispensable tener un patio con arena para poder convivir con los animales y así pasaron cuatro décadas sin poder disfrutar de ese privilegio.
A nuestra llegada, miembros de la fundación organizadora del evento nos presentaron una decena de caninos, de todos los tamaños y colores. En esa intensa búsqueda nos tropezamos de forma accidental con una gatita de apenas 6 meses de nacida. Sus ojos nos impactaron, la mezcla de colores en su pelaje nos asombró, en pocas palabras, fue un amor a primera vista.
Allí mismo, la bautizamos con el nombre de Anna, decidimos llevarla a casa con la promesa de amarla y cuidarla como a un miembro más de nuestro núcleo familiar. Tan solo una recomendación recibimos: “en los próximos días debe ser esterilizada, si van de parte de nuestra fundación no habrá que pagar honorarios a la veterinaria”.
Hicimos caso omiso, en mi ingenuidad pensé que era mejor librarla de un procedimiento quirúrgico. Las malas lenguas decían que si la gata era esterilizada se volvería demasiado obesa, lenta y aburrida.
Dicho y hecho, a los pocos meses de estar en casa, Anna se nos escapó, se fue detrás de 4 gatos que rondaban el tejado y habían olfateado su primer celo.
Sentí rabia por el hecho, como cuando un hijo se va de casa, sin permiso y sin previo aviso. Estaba dispuesto a negarle la entrada si volvía, “¿irse detrás de los gatos?, son más perras que gatas, decía.
A los tres días, Anna volvió con su colita ensangrentada. Sus mamas se hincharon y se tornaron rojizas, su pancita empezó a crecer y justo a los 60 días parió.
Nos sentamos a admirar cómo traía al mundo a cada felino, la escena fue maravillosa e inolvidable. Preparamos una caja de cartón, la metimos y allí expulsó uno a uno sus cuatro gatitos, haciendo pausa de diez minutos por cada parto. Se tragó las placentas y con su lengua limpió la piel de sus felinos hasta dejarlos intactos. Una hermosa muestra de amor.
Volví a amarla, como al principio. Jugamos con su cría, hicieron desastres y al cumplir dos meses de nacidos los entregamos en adopción.
Al poco tiempo, Anna volvió a escaparse y volvió a embarazarse. Me volví a molestar y la volví a perdonar, cuatro gatitos más trajo al mundo. Algún día, en medio de su embarazo dije en casa: “la vamos a regalar”, y Beatry, mi esposa, me mira a la cara y me dice: “¿regalarías a un hijo tuyo?”, por supuesto que no. La doble experiencia nos obligó a aceptar el sabio consejo de esterilizarla.
Su convivencia nos has enseñado a querer a los gatos, son mascotas dignas de amor. Sus ojos son como dos faros de luz y esperanza, duermen plácidamente horas y horas, se bañan a si mismos, son disciplinados para hacer sus necesidades y si a cambio recibes un expresivo y sonoro ronroneo puedes decir que has conquistado para siempre su corazón.
Anna, por favor, no te vayas.
Atte. Sergio, Beatry, Sergio Andrés, José Vicente, Eva Luna y Helena.
Tomado de: Dog Model Bienestar Animal.