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Joe Arroyo
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“El corazón del Joe”: Desde el alma, un espacio donde la razón y la emoción conversan con honestidad

Los corazones del Caribe sabemos transformar las lágrimas en tambor, la escasez en esperanza y el cansancio en baile.

Por: Mauricio Molinares

Dicen que de la abundancia del corazón habla la boca.
Y no exagero: Joe Arroyo tenía un corazón maravilloso.
El corazón de un niño que jugaba con sonidos y con la vida.
Un corazón que, aun con errores, nunca dejó de cantar.

Joe le cantó al amor, al pueblo, al dolor… pero también le cantó al Señor. Porque cuando un alma agradecida toma un micrófono, la música se vuelve oración.

“Siempre con el corazón yo le doy gracias a Dios por todo lo que me da, una familia, un hogar, unos amigos sinceros”.

Esa no fue solo una canción. Fue su confesión más pura. Su manera de decirle al cielo: “Gracias por no soltarme, aun cuando me tambaleo”.

Los corazones del Caribe entendemos eso. Sabemos transformar las lágrimas en tambor, la escasez en esperanza y el cansancio en baile. Porque aquí el gozo no niega el dolor… lo redime.

Dios es quien convierte nuestro lamento en danza, y ese baile produce gozo, y el gozo del Señor es nuestra fortaleza.

Por eso esta columna no exalta la humanidad de Joe, sino al Dios que deposita en vasos de barro el arte, la alegría y los dones. Al Dios que usa a los imperfectos para recordarnos que siempre hay motivos para agradecer.

Hoy, al recordarlo en sus 70 años, quiero repetir su oración: “Yo le doy gracias a Dios por todo lo que tengo: una familia, un hogar y unos amigos sinceros”.

Porque cuando el corazón se llena de gratitud, el alma canta, el cuerpo baila, y el cielo… sonríe.

“Todo lo que respira, alabe al Señor”. (Salmo 150:6).

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